De Hotel de lujo para tuberculosos, a pabellones olvidados en la reserva natural

El 21 mayo de 1925 una empresa denominada «Compañía Nacional Sudamericana de Hoteles» compró al ex diputado provincial Alejandro Argüello un campo de 3.500 hectáreas con la idea de construir un

sanatorio para tuberculosos, y un hotel como anexo para gente de buena posición económica. La familia Arguello ya había decidido, en los primeros años del siglo XX, transformar aquel viejo casco en un establecimiento hotelero “para aprovechar sus aires Cordobeses”, siguiendo un consejo dado por  Roca, por entonces dueño de la estancia La Paz.

Aún con la disconformidad de los vecinos de Ascochinga -que veían en  el proyecto una amenaza para la salud, temiendo que circulara el virus de la tuberculosis, la obra ideada por la compañía de médicos se inaugura, bajo la presidencia de Cárcano en el año 1927.

El proyecto llevado a cabo y lindante con el hotel de los Arguello, comprendía varios pabellones, una capilla, un hotel con comodidades para alojar a familiares de los internados, comedores, guarderías, un lavadero con las últimas tecnologías y usinas propias para abastecer de electricidad al complejo, cuyos huéspedes, serían de clase medio-alta.

La estación “Climatérica Ascochinga” (como se denominó el conjunto de edificios), no llegó a igualar en recaudación los altos costos de construcción y cerró sus puertas 20 años después. En 1948, la Fuerza Aérea Argentina adquiere las tierras, y convierte todos los edificios en colonia de vacaciones: el viejo hotel original para los altos mandos y el “Hotel de barrio parque” (el de la estación climatérica), para suboficiales.

Años más tardes, la Fuerza alquila el predio del barrio a un particular, que hace usufructo durante algunos años, pero es desalojado por vía judicial. Desde ese momento (fines de la década del 90, principios del 2000, el complejo para enfermos fue cerrado, y quedó en el olvido, mientras que la FAA mantiene el otro complejo, que incluye el campo de golf y la colonia de vacaciones, perteneciente a IOSFA.

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El paso del tiempo, ha convertido los edificios en moles blancas de cemento rodeados de vegetación nativa (toda la zona pertenece hoy a la Reserva de la Defensa Ascohinga), aunque, entre las ramas verdes de espinillos, molles, pastizales y acacias, se deja ver buena parte de la ambientación de los distintos bloques: el hotel, con una pileta olímpica descomunal, la cocina, con sus heladeras, sus mesadas de acero inoxidable, el hospital, cuyos pasillos fantasmales aún conservan sus pisos de mármol y sus puertas de roble hacia las habitaciones, el hogar del recibidor rodeado de madera y los techos sin humedad dan cuenta del nivel y los materiales con los que se construyó; y el lavadero, una estructura aún en pie, de estilo inglés, mantiene las máquinas que se usaban hasta su cierre.

La capilla, uno de los edificios mejor conservados, conserva intacto su vitraux en el frente y un roble magnifico de más de cien años, le da sombra desde la vereda de enfrente.

Los caminos vienen y van por el viejo predio del sanatorio Ascochinga. En Punilla , el hospital Santa María había sido un ejemplo de como Córdoba fue refugio y lugar de cura para millones de personas, de todas los estrato sociales, porque la tuberculosos no medía fortunas ni pobrezas, mientras que la gente de estos pueblos, resistía, presa de tisofobia.

Ulyses Pettit de Murat, uno de los escritores (y guionistas de cine) más prolíficos de las primeras décadas del siglo XX, fue uno de los pacientes del Sanatorio Ascochinga, compartiendo su convelescencia con Darío, el hijo de Horacio Quiroga. Allí escribió su libro “El balcón hacia la muerte”

“Yo me acodé al balcón hacia la muerte. Eso era para mí Ascochinga. Para ella, en cambio, era su hogar de niebla. Ella vivía la muerte que para mí -incluso muriéndome- era espectáculo”

Fuentes: Rodríguez-Lila Aizenberg-Carbonetti| La Voz | Golf Ascochinga

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