Entrevista: Alejandro Mareco

(Nota publicada en la Revista Cordobesa Desterradxs, febrero de 2022)

Es un periodista fuera de serie. Su pluma escapa de los formatos tradicionales, dando lugar a la poesía y la metáfora para cronicar, para relatar, para contar. Nació en Bell Ville hace casi seis décadas, en el seno de una familia que fue faro y refugio en tiempos bellos y oscuros Su historia personal fundamenta la pasión y el compromiso con el que emprende cada trabajo. Apasionado por Córdoba, es cronista de sus días, sus sueños y pasiones.

Puede ser que una palabra, una frase, una canción o un poema disparen el más dulce recuerdo, y la vez una historia. Alejandro Mareco regresa de vez en cuando a un poema del escritor Jorge Boccanera para hablar de su mamá: «Y te recuerdo madre como cuando la única luz era tu sombra» desde ahí teje la historia de una vida que bien podría plasmarse en una autobiografía, porque tiene todo para serlo. Dice que está escribiendo ahora, algunas cosas sueltas. Quién sabe si no se anima a hacerlo.

Mientras tanto, abre su corazón, y vuelve a la frase de Boccanera y a su madre.

Ese breve poema que el gran Jorge Boccanera escribió cuando era muy joven, lo descubrimos con mi madre, María Rosa Depetris, en un poster en una concurrida peña latinoamericana que había en el barrio de Pompeya, si mal no recuerdo en Buenos Aires, donde vivía con ella antes del golpe del ’76 y al final de mi infancia. Discutimos sobre su significado: ella decía que era una metáfora sobre cuando estamos en el vientre materno, y yo, que hablaba de que cuando uno es muy pequeño y caminar a su lado, bajo su sombra, es caminar bajo la única luz; su presencia. Boccanera seguiría inesperadamente cerca pronto a través de sus poemas musicalizados por los admirados Alejandro del Prado,   Litto Nebbia, Nahuel Porcel de Peralta y otros…

Hace una década, pude entrevistarlo en Cosquín y le pregunté sobre aquella discusión con mi madre, y debo decir que me dio la razón. De todos modos, ese poster me acompañó en la habitación de Bell Ville, en los terribles días de la dictadura. Un año después de que lo compráramos, mi madre fue secuestrada en Buenos Aires, prisionera en la ESMA y finalmente desaparecida, que todos sabemos que es un eufemismo de asesinada.

En cuanto a Boccanera, por esas hermosas vueltas de la vida, quedamos en contacto, y hace unos meses me envío por correo su nueva antología, “Suma poética”. Lo siento como un privilegio.

De tu infancia en Bell Ville, ¿que recordás?

Mi madre, que era una mujer de profundas inquietudes intelectuales, muy inteligente y sobre todo rebelde, política y socialmente. Me tuvo siendo soltera y no le dijo a nadie quién era mi padre, ni siquiera a la persona con la que me había fecundado. Fue una infancia bastante bella, en la casa familiar con mi abuela Rosa, mis tíos, Camila y Egar, mis primos, Daniel y Walter, y mi madre, claro. Luego, mi madre armó pareja en Buenos Aires con un hombre de apellido Mareco (Carlos Fabián), que me reconoció, y yo fui con ellos. Duraron poco juntos, y cuando tenía 11 años, ella me confesó quién era mi verdadero padre: era músico y vivía en Francia, y me dio algunas coordenadas por si algún día quería conocerlo.

¿Y qué hiciste con los datos que tu madre te dio sobre tu verdadero padre?

En cuanto a mi padre, ya trabajaba como periodista cuando escuché su nombre como una existencia real que solía venir a Córdoba: Horacio Vaggione. Hablé por teléfono con él, le dije de qué se trataba y nada más; todo quedó ahí. Un par de décadas después sentí la necesidad de conocerlo, de confirmar ese vínculo de sangre, de cerrar el círculo de mi identidad, que cuando se mantiene en incógnita se siente como un desamparo constante. Le escribí mails durante bastante tiempo hasta que un día me llamó por teléfono; estaba en Córdoba y nos encontramos en las escalinatas del Teatro San Martín. Accedió a un análisis de ADN y hace ya casi 10 años, lo concretamos en el laboratorio de Carlos Vullo, que es también el del Equipo Argentino de Antropología Forense. La espera fue de impaciente angustia: si el resultado era negativo mi agujero sería mayor. Pero no, fue claramente positivo. Aunque desde ese día ya no quiso tener contacto conmigo. Fue su reacción.

En marzo de 2019, vino a Córdoba invitado al Congreso Internacional de la Lengua pues interpretarían una obra suya en un concierto de homenaje a Manuel de Falla en el Teatro San Martín. Horacio Vaggione es una figura de referencia europea de la llamada música electroacústica y es Profesor Emérito de la Universidad de París. También, en abril recibiría aquí el Honoris Causa de la Universidad Nacional de Córdoba. Le escribí para proponerle un encuentro; me dijo que lo dejáramos para después del Honoris Causa, que él me llamaría. Cumplí; hasta escribí para La Voz la crónica del concierto, en el que él salió a saludar en el escenario. Pero él regresó a Francia sin llamar y volvió al silencio. De todos maneras, en su momento tener la noticia completa de mi identidad fue un alivio. Entendí un poco más lo que se siente cuando se sanan algunas de las tantas heridas de identidad que dejó la dictadura.

Habrán sido años difíciles luego de lo de tu madre…

La adolescencia en la dictadura fue difícil. Me sostuvieron mis tíos, mientras que con un grupo de amigos apasionados por la música como yo, atravesamos esos días, incluso participando de un grupo de teatro. Hasta que varios terminamos presos en el penal de Villa María, en manos del Ejército, durante un par de semanas. Lo que más les indignó fue encontrar en mi casa cartas enviadas a la Asamblea de DDHH para denunciar el caso de mi madre. Tenía 16 años Fue un tiempo de miedo. Varias veces me siguieron, otra vez me arrestaron con una acusación burda sólo para alimentar el miedo y hasta llamaron a mi casa a las tres de la mañana. Pero nunca deje de salir de mi casa  En fin,  días muy oscuros, pero con momentos luminosos gracias a la gente que estaba cerca, incluidos los compañeros del secundario.

Este tiempo marco tu carrera y tu presente, como portavoz de esa historia. Y aquí aparece la figura de Sonia Torres. Tu acercamiento  y palabras para con ella siempre han sido de una conexión tan especial, que hasta le escribiste una canción

Sonia es el gran emblema de la lucha por los derechos humanos arrasados en la dictadura, la gran abuela sobreviviente. Sabemos que es así, aunque ella diga que su lucha fue la de una madre que como cualquier otra salió a buscar a su hija. Pero también está claro que se trata de un ser humano muy especial, no sólo por su persistencia, por su acción constante, porque nunca bajó los brazos, sino también porque es una mujer muy inteligente, muy perceptiva y sensible. La inmensidad de su ternura creo que es clave en su lucha. Es el sentimiento que mantiene en pie a la humanidad, que hace que de una generación a otra seamos capaces de sostener a nuestras indefensas crías. Y en las abuelas, ese el sentimiento que las define.

En eso pensaba al principio de la pandemia, luego de no fuera posible ña marcha de cada 24 de marzo y me imaginé a Sonia recluida en su casa, como todos. La llamé. Luego me senté con la guitarra y fui buscando la idea alrededor de un ritmo de huaino. Desde siempre hice canciones, pero no me daba el cuero para mostrarlas Se la envié a mi gran amigo Mingui Ingaramo. Me aconsejó recortarle un poco la letra, y cuando lo hice, me devolvió una base que me encantó.

La idea fue regalársela a Sonia en su cumpleaños 91. Se sumaron músicos amigos, como Jorge y Gustavo Nazar, y voces como las de Lucas Heredia, Mery Murúa, Silvia Lallana, Guadalupe Gómez y Horacio Sosa. El 2 de setiembre de 2020, cumpleaños de Sonia, estrenamos el video que realizó Maru Aparicio por el Canal de Youtube de Abuelas. Y la canción, se llamó “La ternura es la armadura (Abuela Sonia)”.

Volviendo a Sonia, uno de los momentos más emocionados para mí fue cuando al cabo de la marcha contra el 2×1, de la que participó una inmensa multitud, ella comenzó su discurso citando un párrafo de un artículo mío publicado sobre la cuestión. El 2×1 fue la excusa con que la Corte Suprema intentó el gran manotazo para liberar a criminales de lesa humanidad condenados a través de juicios justos. Pero el pueblo en las calles echaron abajo esa pretensión. Aquella gran marcha (10 de mayo de 2017), que se replicó en todo el país, fue un episodio extraordinario, superior. “Argentina demostró en las calles y en el parlamento que en temas de memoria histórica sigue siendo un ejemplo mundial”… algo así se escribió en el diario El País, de Madrid.

La mención de Sonia en ese discurso no ha sido casualidad, Mareco ha sido un cronista de la historia reciente de Córdoba y referente para una generación que sufrió los años oscuros. Sus columnas editoriales y sus textos fueron fundamentales para entender y descubrir lo que pasó, por ejemplo, en los juicios de La Perla.

¿Qué significó para vos este hito en la historia de Córdoba?

Para mí, fue refundacional esa cobertura. Llegué con el juicio muy avanzado, sobre la etapa testimonial. Pasa que desde que la colega y amiga Magdalena Da Porta se había ido del diario, la cobertura quedó interrumpida. Hablé con la dirección y la jefatura de la sección política sobre lo negativo que era ese vacío. Me propusieron que me hiciera cargo, y aunque no era del todo mi intención pues el tema me seguía tocando en carne viva, allá fui, a sumarme a la rutina del juicio. Siempre lo seguí desde el interior de la sala de audiencias: la intención era empaparme del clima del juicio en ese lugar que reunía a represores con víctimas, familiares de víctimas y militantes de los organismos de derechos humanos. Se trataba del gran juicio que representó la magnitud de la represión que sufrió Córdoba, que tuvo una saña especial en represalia por los episodios de El Cordobazo y el Viborazo. Después de Menéndez, Córdoba no sería la misma, incluso económicamente.

El juicio vendría a abrir otra vez las puertas del dolor, por el que volvieron a pasar, 40 años después, los sobrevivientes, los familiares de las víctimas, lo que hizo posible el proceso. Por eso, mi intención en las crónicas fue buscar las palabras que intentaran reflejar aquel espanto de modo de ponerlo de nuevo en la escena, para transmitir la esencia de lo que se estaba juzgando. Pero todo lo que se diga del infierno no es el infierno; sólo los que estuvieron en él saben de qué se trata. Fue todo muy intenso, conmocionante; la noche antes del fallo casi no pude dormir; sentía que me había quedado sin palabras. De esos días, además, me quedaron amistades muy valiosas por lo sentidas.

Y te convertiste desde un diario como La Voz en cronista fundamental de esos días…pero además, en ese diario fuiste clave en muchos sentidos. ¿Qué dejaron tus años allí?

Suelo decir que durante 35 años tuve doble apellido: “Mareco de La Voz”. Yo estudiaba historia en la UNC (no terminé ninguna carrera), y un amigo y compañero que cubría deportes en el diario, Carlos Martínez, que sabía de mi vocación por escribir, me recomendó al entonces jefe de Deportes, el gran Ángel Stival. Me tomaron una prueba y a los seis meses me llamaron. Entré cuando a la hora del atardecer la redacción abierta temblaba con todas las máquinas de escribir tecleando al mismo tiempo.

Con altibajos, claro, fueron años muy fecundos. Pude asomarme a muchas historias y aprender tanto de ellas. Pude conocer la ciudad, la provincia, el país con una profundidad que de otra manera no podría haberlo hecho. Pero además de escribir, pude desarrollar numerosos proyectos propios, muchos incluso con grandes resultados de ventas. Proyecté y edité revistas y suplementos especiales, colecciones de fascículos (“Memoria Intima de Córdoba”; “Córdoba X”, sobre el imaginario popular; “La aventura inmigrante en Córdoba”; “Córdoba apasionada”, una historia del amor en Córdoba)… Y un producto muy especial, “El gen de los cordobeses; hijos de la mixtura”, por el cual se analizó el ADN de 22 personalidades para establecer su procedencia geográfica como contribución a la lucha contra la discriminación. Tuvo incluso su correlato en un programa único para televisión abierta (Canal 12), por primera vez para el diario.

¿Y cómo fue que terminó ese vínculo de tanto tiempo? 

El final no fue bueno. La Dirección  me hizo una propuesta de continuidad precaria y limitada, y no la consideré digna. Todo concluyó con un “retiro voluntario”.

Tu trabajo tiene mucho de poesía, como una especie de juglaría de este tiempo. ¿Qué viene primero el poeta o el periodista?  

Te agradezco esa mirada. Desde niño hice mis intentos de escribir poesía, pero me fui inclinando hacia la prosa poética. Eso se hizo parte de mi manera periodística. Mi estrategia era abrir los textos con un párrafo capaz de atraer al lector, apuntando al sentimiento, a la sensación esencial que uno sentía frente a determinado tema, o que podía presentar lo esencial de cada historia,  para luego tratar de desplegar mis razones, mis crónicas, mis entrevistas, mis descripciones.  

¿Por qué Córdoba es importante en tus escritos? ¿Qué rincones favoritos tenes?

Entiendo que como periodista uno forma parte de una comunidad y que además de poder publicar su punto de vista y sus narraciones, es un nexo de comunicación en esa comunidad. Uno trata de reivindicar a esa comunidad porque parte de su destino va con ella: su historia, su capacidad de expresión, las maravillas de su paisaje son parte de cada vida. Mis lugares queridos en la ciudad son la Cañada y la memoria de algunos lugares que ya no están, como bares y sitios de música, pues fue en esos sitios donde uno se fue haciendo cordobés de la ciudad.

Creo que la nostalgia por los lugares que ya no están es, como siempre, sólo la añoranza de otro tiempo de uno mismo, de tiempos más frescos y asombrados. Pero, a la vez, no deja de ser un raro privilegio sobrevivir a los lugares, cuando suelen ser los lugares los que lo sobreviven a uno. Luego, además de Bell Ville, mi ciudad favorita es Cosquín, por tanta cosa bella que he vivido allí con tantos amigos entrañables, y mi paisaje favorito son las altas cumbres.

¿Cómo es posible abarcar tantas temáticas y abordarlas desde un lugar de conocimiento profundo y sentido?

Si bien siempre fui muy curioso y leí desde pequeño variedad de temas, creo que antes que nada, se trata de un punto de vista desde el que es posible mirar distintas cosas, una especie de tamiz en el que se mezcla sensibilidad, ideología, formación histórica, cultural. Tal vez, mi espacio favorito fue la columna de opinión dominical “Albures argentinos” que la sostuve por más de 15 años, aún desde una posición que en la mayoría de los casos no coincidía con la línea editorial del diario. En 2018 publique un libró con columnas escogidas que se llamó, claro, Albures argentinos. Antes había publicado junto al colega Santiago Giordano “Aquí Cosquín”, sobre los 50 años del Festival.

Pero siempre necesité la variedad; me da cierta claustrofobia encerrarme en un tema. Hubo un momento en la que los sábados arrancaba con la columna sobre el Juicio de la Perla, y muchas veces después de llorarme todo en el intento de contar el espanto, seguía con “Albures…”. El domingo, era un día destinado a escribir las Crónicas en penumbra, que eran comentarios generalmente de recitales o de alguna obra de teatro que había visto jueves, viernes o sábado. Necesitaba ese cambio de clima, de buscar otro tipo de palabras para tratar de contar algo tan difícil como la música que uno había oído y la vivencia sensible que esa música había generado.

En ese sentido, y a propósito de cómo abordar los temas, en mis comentarios de música u otras expresiones, mi premisa era ir dispuesto a tratar de entender la propuesta del artista, y no a hacerla pasar primero por lo que yo quería oír o ver. La misión siempre fue contarle al lector de qué se trataba la propuesta; por eso mis crónicas no eran críticas sino más bien comentarios. Siempre traté de no irme de una cita periodística sin entender todo lo que pudiera, sino después es imposible contar a consciencia. Me pasaba especialmente con los pintores, que no dudaba en hacer las preguntas que podían hacerme quedar como un tonto si eso me ayudaba a despejar una nube de confusión.

¿Estas escribiendo algo ahora? ¿Alguna lectura?

Desde hace un tiempo ya, escribo artículos para la publicación digital Redacción Mayo, así como en otros medios, ocasionalmente. Y, por supuesto, pensando y bocetando textos y proyectos. En cuanto a lecturas, en estos días de verano suelo volver a clásicos como Dostoievski, Kundera, Faulkner y algún artículo interesante que a veces traen las redes

Desde el año 2020, Alejandro es vocal del directorio de La Agencia Córdoba Cultura. Sobre esta experiencia, cuenta

12-Que experiencias te está dejando tu actualidad en cultura?

En Julio del 2020, Alejandra Vigo me convocó a sumarme al equipo presidido por Nora Bedano, en la Agencia Córdoba Cultura; entonces ingresé, como vocal al Directorio. Todavía regía la cuarentena, es decir, la pandemia en su momento más incierto. La agencia había reaccionado desde el comienzo con una estrategia de producir mucho contenido audiovisual que se transmitió por los canales y las redes de la Agencia. Fue a través de varios programas de acción, cuya finalidad principal fue tender una mano a la gente de la cultura de Córdoba, que había quedado inmovilizada. Así, miles, entre artistas y artesanos fueron parte de estos programas. Han sido y son días complejos, pero mucho y bueno ha podido realizarse. Tanto que la Agencia fue capaz de ejecutar en 2021 todo su presupuesto, que fue bastante importante.

Desde el comienzo de la pandemia, la agencia había reaccionado con una estrategia de producir mucho contenido audiovisual que se transmitió por los canales y las redes de la Agencia. Fue a través de varios programas de acción, cuya finalidad principal fue tender una mano a la gente de la cultura de Córdoba, que había quedado inmovilizada. Así, miles, entre artistas y artesanos fueron parte de estos programas. Han sido y son días complejos, pero mucho y bueno ha podido realizarse. Tanto que la Agencia fue capaz de ejecutar en 2021 todo su presupuesto, que fue bastante importante.

Hablando de pandemia, ¿de qué manera te atravesó personal y profesionalmente?

Todo se volvió difícil, confuso, contradictorio. Al principio, se pensaba que el mundo saldría mejor después de semejante adversidad común. Y hasta hubo un día en que los diarios argentinos publicaron la misma tapa. Fue una ilusión que pronto quedó en evidencia; es complejo desactivar tanta cultura del egoísmo. Enseguida se lanzó el concepto “nueva normalidad”, como una pretensión de aprehender algo que todavía sigue siendo muy complejo de desentrañar. No sólo en cuanto al coronavirus, sino de la humanidad que en el fondo sigue en la vieja normalidad. 

A fines de la década del 80, Alejandro Mareco organizó el festival “El Chacarerazo”, en el que convocó a diferentes folkloristas del momento, incluido Atahualpa Yupanqui. Un año después se convirtió en productor de un film sobre San Martín. De ahí, algunas anécdotas que todavía resuenan

El festival tuvo dos ediciones, 1988 (Pabellón Argentina) y 1989 (Teatro Griego). Fue un sueño que llevamos a cabo con Pepe Novo, Topo Gregoratti, María Miranda, Pepe Segura y varios más. Había visto en Cosquín actuar a Peteco Carabajal y Jacinto Piedra y me quedé pensando en el gran salto temático, poético y hasta musical que había dado la chacarera, así como que el norte cordobés tenía su propia porción de la misma. Entonces reunimos a Raúl Carnota, Los Hermanos Núñez, la familia Pacheco de Deán Funes, Marián Farías Gómez, Los Santiagueños (Peteco y Jacinto), Los Carabajal, Ica Novo, Suna Rocha, el Dúo Coplanacu, que recién empezaba, y nuestro emblema que era el querido Alfredo Ábalos. Incluso invitamos como veedor Atahualpa Yupanqui. Les pagamos a todos tres días de hotel para que se armaran charlas y tocadas. Al año siguiente sumamos a Cuchi Leguizamón, Leda Valladares, Carlos Fulvio y el trío de Eduardo Lagos.

En 1990, formé, como productor en Córdoba, parte del equipo de la película El General y la fiebre”, que dirigió Jorge Coscia, protagonizada por Rubén Stella. Coscia, había venido a dar un curso y me comentó que le andaba rondando la idea de hacer una película sobre San Martín en Saldán, cuyo guión escribiría junto a Julio Fernández Baraibar. Eran días de crisis en Argentina, y al comienzo de la filmación no teníamos para pagarle a los técnicos, pues aún no habían llegado los aportes prometidos. Justo ese día cobrábamos el sueldo los empleados de La Voz. Entonces, me senté en el bar de enfrente al banco. Fueron varios los que pasaron por mi mesa a dejarme un préstamo para poder hacer frente al pago. Por suerte, los aportes llegaron y no sólo pude devolverle el dinero a mis compañeros, sobre todo se logró terminar la película.

En el año 2011, Alejandro recibió el Primer Premio de la Sociedad Interamericana de Prensa en la categoría crónica, por Argentinos del Bicentenario, un trabajo por el que recorrió 24 provincias.

Los premios, de cualquier dimensión, tienen el valor del reconocimiento y la capacidad de dar aliento. Por ese trabajo recorrí las 24 provincias tomando la palabra de los argentinos anónimos que hablaron de su vida y su lugar. Se publicó en 2010, en 24 fascículos en la Revista Nueva, que se entregaba con diarios de más de una docena de provincias. Fue una experiencias agotadora por un lado (anduvimos más de 40 mil kilómetros con distintos compañeros fotógrafos), pero muy fascinante.

A todo esto. ¿Quién es Alejandro Mareco?

Tal vez un tipo sensible y perceptivo. Una persona que pudo sobreponerse a situaciones con la ayuda de tantos, que supo aprender de maneras diversas para poder avanzar en la vida, que siempre se propuso ser un hombre digno, honesto y comprometido. Que trató de crecer y ser creativo, Pero que pudo haber hecho mucho más, por los demás y por mí mismo. Y por las cosas que no fui capaz de aprender y por mis debilidades, la vida (y la salud) no dejó de pasarme factura.

La ternura es la armadura (abuela Sonia)

Con el dolor

Resistir y sembrar

Atravesar los inviernos del mal

No hay abuelas de cristal

La ternura es el rocío

Que humedece el corazón

Cuando el amor no teme al frío

La ternura es la armadura

frente a las fieras del silencio

Si es el odio el que tortura

En esta porfía querida

Somos carne de utopía

Abuelas nuestras

No cantamos por cantar

Cantamos pues nos enseñaron a luchar

Abuela Sonia

No te amamos por amar

Somos el nieto

Que un dia vas a abrazar

Que abrazarás

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