Somos un país turístico, y sufrimos los embates del turismo
Salimos de las ciudades de cemento para… disfrutar? De paisajes que lastimamos y ensuciamos hasta el hartazgo.
Pasa en destinos conocidos y muy concurridos y pasa también en pequeños destinos, como mi pueblo. Durante el año, el río, la costanera, son lugares de tranquilidad, esparcimiento para el cuerpo, para el oído y para la vista. El ruido del agua que corre entre las piedras y los pájaros que cantan, el viento en los árboles, todo produce satisfacción. Pero comienza diciembre y esos “ruidos” se transforman en golpes de tambores, y músicas de todo tipo. Una agrupación de percusionistas ensaya en la orilla, entre las piedras, un auto llega a disfrutar del día con un cuarteto al palo en decibeles prohibidos para el oído humano. Lo mismo pasa en la costa. La gente se acumula en las playas como si estar cerca uno del otro les brindara un descanso apacible, y es todo lo contrario. La soledad de uno frente al mar tiene un valor que pocos valoran
La gente que vive en La Quebrada de Humahuaca sufre los embates de un carnaval foráneo, porque los que llegan a “disfrutar” del carnaval del norte lo hacen con sus propias consignas. Ayer leía a una humahuaqueña diciendo que la témpera en la cara y el ponerse hasta la cabeza de alcohol no son costumbres asociadas a su celebración ancestral. Los que viven ahí son invadidos por hordas de gente de las grandes ciudades que tienen la costumbre de ir a experimentar el descontrol, como si el carnaval del norte fuera solo eso. No es culpa de los Tekis, como algunos dicen. El descontrol viene de antes, de la publicidad que arenga el querer llevarse el mundo por delante a partir de salir del encierro de cemento.
Una pena que la belleza visual y emotiva de bajada de los diablos se pierda entre la mugre que queda después del miércoles de ceniza